El dulce sol de invierno, acariciaba pausadamente los paisajes nevados, una luz azulada, jugueteaba entre las ramas de las hayas, los robles, los abedules, los espinos, los fresnos y los tejos. En el bosque, todo era silencio, dando la errónea sensación de que la naturaleza dormía. Una paz magnética se apoderaba del entorno, como se apoderaba de mi alma errante de vientos libres que acarician mi esencia de hojarasca y salitre. En la montaña, todo nos susurra, quedamente, que estamos entrando en el invierno, en ese mágico momento en que la natura, decide quedarse a solas consigo misma, y las cumbres visten sus mejores galas blancas. Quizás sea el momento de acurrucarse al calor del fuego protector, escuchando el eco acogedor de las castañas asándose en el tamboril, quizás sea el momento de desgranar, como lo hicieron durante milenios quienes nos precedieron, las viejas leyendas de nuestros bosques.
Todo a nuestro alrededor, nos grita,
con ese sutil silencio del bosque, que nos acercamos a uno de los momentos más
mágicos del año, un momento que fue de vital importancia para nuestros
ancestros, que nos encontramos en el solsticio de invierno. Nuestros
antepasados, estaban acostumbrados a observar los distintos ciclos de la
naturaleza, no en vano, ellos eran parte intrínseca de esa naturaleza, y de
ella dependía su propia supervivencia, eran naturaleza. Hoy hemos olvidado ese
nexo, pero de alguna misteriosa forma, seguimos siendo naturaleza, algo en nuestro
Yo más arcaico y ancestral, sigue siendo naturaleza, solo tenemos que rascar un
poquito en todas esas capas de convencionalismos opresores, y volver a ser
bosque.
El momento solsticial, que en nuestras
latitudes es hoy, miércoles, 21 de diciembre, no pasó desapercibido para ellos.
Era este, el momento en que la luz comenzaba a ganar terreno a la oscuridad, no
debemos olvidar que la noche del solsticio de invierno, es la noche más larga
del año, a partir de ese momento, la noche comienza a acortarse paulatinamente.
Pero tampoco escapó a nuestras mayores, que en ese momento el sol es cuando
menos fuerza tiene, del astro rey dependía el que germinaran las plantas y
árboles, es decir, alimento, madera con la que generar materiales de
construcción, combustible,…cobijo y calor. Por todo ello, era imprescindible
que este sol recuperara toda su energía milenaria, en estas fechas. Los hombres
y mujeres, ponían de alguna forma, su granito de arena, en esta descomunal
tarea, ayudaban a reforzar al sol, mediante el uso del fuego.
Se trata de un leño que debía arder en el fuego del hogar en las fechas de Navidad, estas festividades navideñas, vinieron a cristianizar, los antiguos cultos, vinculados, precisamente, al solsticio de invierno. Son muchas las variables que se nos presentan en este ritual del tronco navideño. De forma genérica, el árbol se elegía en el bosque, generalmente uno de los mejores ejemplares del mismo, de la especie más abundante, como robles o hayas, por ejemplo.
Luego venía, algo realmente increíble, se debía acudir a donde ese árbol cada día, y explicarle el motivo por el cual debía ser derribado. Quizás para dar aviso a los seres, a las energías, que en él habitaban, para que tuvieran tiempo de buscarse otro alojamiento. Pero también, se les pedía, que dejaran parte de su energía en el árbol, para que lo pudiéramos utilizar en nuestro beneficio, impresionante, ¿verdad?.
Tras cortar el tronco, era arrastrado al hogar, por una yunta de bueyes, y se guardaba en la casa, pero, eso sí, con un trato especial. Se conservaba con mimo en el desván, o en la cuadra, incluso en una esquina de la entrada de la casa. Llegaba entonces el momento de colocarlo en el fuego del hogar, utilizando, igualmente, diferentes formulas según los lugares.
UNA TRADICION IBERICA,…
La tradición del Tronco de Navidad, la
observamos a lo largo y ancho de la Península Ibérica, con matices, variedades
y peculiaridades, propias, pero que beben de una misma fuente original, el
arcaico culto a los árboles, o los espíritus que los habitan.
De esta forma, en Galicia,
concretamente en la zona de Los Ancares, se encendía el llamado “Lume novo”, en
Nochebuena. Debía arder hasta casi consumirse, momento en que un resto se
conservaba para utilizarlos, en momentos claves, por ejemplo durante una
tormenta. En esta bella región galaica, y según recogiera Manuel Murgía, ardía
en el fuego del hogar, el primer día del año, el llamado Tizón de Navidad, que
estaría relacionado con las almas de los muertos de la familia.
En Asturias, encontramos el Nataliegu,
que solía ser un tronco de roble, árbol profundamente sagrado en muchas
antiguas culturas europeas. También es conocido como El Tueru Nadaliegu, y
debía arder toda la noche de Nochebuena. Luego era empleado en diversas
funciones, como la de guardar sus restos, para atraer la fortuna a la casa. Sus
cenizas se empleaban para echarlas al campo, también con caracteres profilácticos.
En Cantabria quemaban en estas fechas solsticiales “El Travesero”, que ardía durante la noche mágica de Nochebuena, mientras la familia cenaba a su vera. No debía de apagarse, pues si así sucedía, traería desgracias a la casa. Se colocaban otros troncos menores, cuyos restos se conservaban, y se empleaban para prevenir el hogar de las tormentas.
En el País Vasco, se tiene muchas referencias del uso del Tronco de Navidad, en varias versiones. En determinados lugares debía arder toda la noche, en otros hasta la Epifanía, e incluso en determinados pueblos, lo mantenían encendido todo el año. Aquí se le llama de multiples formas, Sukileko, en Valcarlos; Gabon egurra en varios pueblos navarros; Gabon-Subil, en Antzuola; Subilaro egurra, en la Aezkoa. Pero quizás la más curiosa sea Olentzero, que lo vincula al mítico carbonero, que aún hoy, acude en Nochebuena a dejar regalos en las casas. Cuando hablamos de Olentzero, estamos ante los rescoldos de un antiquísimo culto arbóreo, que de alguna forma, tomó la forma de este tronco de Navidad, y a lo largo del tiempo evolucionó hacia el personaje que conocemos actualmente.
En el área pirenaica y Cataluña, encontramos varios elementos comunes, que se llaman la “Tronca de Navidad”, o el “Tió”, a estos árboles se les rellenaba de dulces, y en ocasiones se les abrigaba con una manta. Los niños debían golpearle, con el fin de que “cagara”, el contenido de su interior, en una clara referencia a la fertilidad. Después debía arder hasta Reyes, sus cenizas, lo mismo que otras regiones, se recogían para su uso profiláctico.
En Castilla se daba el “Nochebueno”,
como en Soria, Ciudad Real, Segovia, Toledo, Ávila, Burgos, Guadalajara, Madrid
o Albacete. En este caso, sucede como en los anteriores, el leño arde la noche
de Nochebuena, y se recoge un trozo del mismo y sis cenizas para usos
protectores posteriores.
Nuestros vecinos portugueses, también
celebraban el rito del tronco de Navidad, llamado en estas tierras “Madeiro de
Natal”, en donde se baja un árbol del monte, llamado “Canhoto”, que se elige
con anterioridad. Se le lleva al pueblo, donde se reparte entre los vecinos
para su quema en el solsticio. Esta costumbre de elegir un árbol concreto, se
ha observado también en el País Vasco, donde el señor del caserío, debía acudir
diariamente, durante un periodo de tiempo que desconocemos, a explicar al árbol
el motivo por el que debía ser derribado. En varias zonas de Europa, incluida
la nuestra, era costumbre, pedir perdón al árbol por derribarlo, bajo distintas
formulas, como la que dice: “Nosotros te derribamos, tú perdónanos”. En este
ritual, se observa una petición de perdón a los seres mágicos, energías o
númenes, que habitan el bosque. De igual manera, se avisaban a estos seres,
para que se fueran a otro árbol, y para pedirles, que parte de su energía
quedara en el árbol a derribar.
En muchas zonas de España y de Portugal, estas tradiciones solsticiales están acompañadas de mascaradas invernales. Desde las conocidas de Silió en Cantabria, los Joaldunes de Navarra, el Zangarrón zamorano, o los Parragones de Ávila, por citar alguno de ellos.
…Y EUROPEA
No podemos dejar de citar el uso del
tronco de Navidad, en gran parte de Europa. En la zona de Westfalia, Alemania
se le llamaba “Der Christbrand”, “Souche”, en Normandía, o “Kef de Nedelek”, en
la Bretaña Francesa.
Sin olvidarnos de la fiesta del Yule, profundamente
vinculada con este ciclo invernal. Esta festividad es originaria de los pueblos
nórdicos, y era eminentemente familiar, dedicada precisamente, a la familia,
ancestros y amigos ausentes, pero también se la relacionaba con la fertilidad.
En ella. La familia se reunía para comer frente a una abundante mesa, se
colocaban leños especiales en el fuego, o se decoraban con piñas y velas
determinados árboles. También era tradición colocar muérdago en las casas. Esta
es una planta considerada sagrada, pues no pertenece ni al aire, ni a la
tierra. El muérdago vive en los árboles, de los que toma sus nutrientes, sin
tocar el suelo. Era muy apreciado por los druidas celtas, sobre todo el que
crecía en el roble, su árbol sagrado. El muérdago fructifica en el solsticio de
invierno, por lo que se le ha tenido como un símbolo de la fertilidad. También está relacionado con
la facultad de abrir puertas, incluida las de los sueños, por lo que en
Austria, se colocaba en el umbral de la puerta para librar a los moradores de
pesadillas. Este vínculo de abrir nuevas puertas, de forma simbólica, y su vínculo
con la fertilidad, es posible que sea el origen de la tradición de besarse bajo
el muérdago en Año Nuevo, nuevos tiempos y fertilidad para la pareja.
Dejemos que las viejas tradiciones, los arcaicos
rituales, la vieja cultura de las montañas, acudan a nuestro universo, dejemos
que nos atrapen en sus sublimes redes mágicas, que nos susurren quedamente, que
somos naturaleza, que seguimos siendo bosque.