La fuerza
inconmensurable del Océano, bailaba su atávica danza con las piedras del viejo
castro. Ambos, creaban un espectáculo dulce, sutil, hermoso como pocos, creaban
una energía amorosa, compartida durante milenios. De alguna misteriosa forma,
no podría entenderse el uno sin el otro, sus almas, pétrea la una y acuosa la
otra, estaban fundidas de manera inseparable. Quizás ellos, y solo ellos sabían
el auténtico secreto del viejo castro, el auténtico motivo por el que nuestros
ancestros decidieron levantar su lugar de vida en aquella pequeña península.
Ellos y solo ellos, sabían ese secreto arcaico, que de alguna forma nos llamaba
insistentemente desde su alma ancestral. Y nosotros, no dudamos un segundo en
lanzarnos a sumergirnos en sus profundidades mágicas.
Sobre una
pequeña península, llamada Punta do Castro, azotada por los vientos del Atlántico, en un
extremo del oeste de la mágica Galicia, se levanta el precioso castro de
Baroña. Perteneciente a la parroquia de Baroña, ubicada en el municipio coruñés
de Porto do Son, que se agazapa en la zona Noroeste de la Península de
Barbanza. El viejo castro sabe de los pasos, de la vida de nuestros ancestros
celtas, pero también sabe de los vientos desatados del Océano, de las sobrecogedoras
borrascas del Noroeste, sabe de vida, de armonía, de belleza, de fuerzas
desatadas de la naturaleza.
El castro, típico costero galaico, parece que estuvo ocupado entre los siglos I a.C., al I d.C., y estuvo protegido en la zona de conexión con la costa por dos murallas. Su ubicación aprovecha la protección que le otorga el océano en varios de sus flancos. Se compone de cuatro recintos diferenciados por diferentes estructuras. Se defendía de tierra con un foso de 57,5 metros de largo, casi 4 de ancho y de una profundidad máxima de 3 metros. Luego encontramos dos muros paralelos de 1 metro de ancho, de mampostería y rellenos de piedra y arena, que formarían una segunda muralla de 6 metros de anchura. Pasamos a un segundo recinto, ya sobre la propia península, en el que se abre la puerta principal flanqueada por bastiones y una rampa que da acceso a un núcleo formado por 16 viviendas o edificaciones castrexas .A continuación llegamos al tercer recinto separado del otro por muros de contención, al cual se accede por unas escaleras entre gruesos pilares que podrían haber formado en su origen una cubierta o bóveda de entrada, algo único hasta ahora en la cultura castrexa.
Nos vamos
ahora a la zona alta del castro, desde donde el espectáculo es increíble, las
rías de Muros y Noia, la costa gallega, el castro, las playas,… un regalo para
nuestros sentidos. Aquí arriba, llaman nuestra atención unas piedras, y rocas
dispuestas supuestamente de una manera artificial para marcar diferentes
eventos astronómicos, como pueden ser los solsticios. Este hecho, junto con
algún que otro elemento, nos hace pensar que nos encontramos ante un santuario
de origen galaico.
Existen
discrepancias entre los historiadores sobre quienes fueron los pobladores de
estos castros, mientras que algunos defienden que fueron los celtas, otros
aseguran que no existen evidencias suficientes para demostrar esto. Los castros
fueron habitados hasta uno o dos siglos después de la llegada de los Romanos.
Si se sabe que en la región de Barbanza habitó la tribu celtica de los
Presamarcos.
Parece que
el castro fue autosuficiente, y en el morarían granjeros que cultivaban las tierras.
Además se consumirían animales como cabras u ovejas y productos que el mar les
ofrecía como pescados y mariscos. No parece que hubiera agua en el interior del
poblado, por lo que deberían ir a buscarla fuera del poblado.
Se excavó
por primera vez en el año 1993, por Sebastián González-García., luego
continuaron las excavaciones en los años 1969-70, 1980 a 1985, y fue
rehabilitado en el año 2012. Si bien las primeras noticias del mismo nos llevan
al año 1754.
Dese prisa
amigo lector, camine pausadamente a la llamada telúrica del castro de Baroña,
acuda con la mente y el corazón abiertos. Déjese embaucar por su magia, por su
arcaica energía de piedra y salitre. Acuda antes de que la ignorancia, la
desidia o la codicia, lo destruyan. Acuda antes de que tan solo sea un
recuerdo, camine, pare, siéntese entre los restos de sus casas, habitadas hace milenios.
Sumérjase sin pensarlo en las aguas del océano que lo rodean, ellas saben
muchos secretos de lo que allí se vivía, se los susurraran delicadamente. No
deje de acudir, de sucumbir a su arcaica llamada.