Hayas,
robles, abedules, arces o castaños, siguiendo su telúrico ciclo, sin prisa,
componen estos días, una armónica paleta de tonos cautivadores, enigmáticos,
desplegando mil y un matices de ocres, marrones y amarillos que pintan las
laderas de nuestras montañas, anunciando a los cuatro vientos que ha llegado el
otoño.
Algo
magnético, inexplicable, profundamente atractivo, nos lleva a buscar la magia
del bosque, a sumergirnos en su arcaico susurro, a dejar que la hojarasca
acaricie nuestras viejas y gastadas botas, algo en lo más profundo de nuestro
ser nos conecta con ese ancestral ritmo natural, nos lleva a escuchar el rumor
del viento en las ramas de los árboles mientras nuestro espíritu se sumerge en
la inmensidad de los bosques, es la magia del otoño.
Es el
momento en que la naturaleza se prepara para el invierno, poco a poco, los
hombres y rebaños, van descendiendo en busca del calor y la seguridad de los
valles, los árboles comienzan a replegar su savia y los habitantes del bosque
hacen acopio de víveres para el invierno.
También nosotros, poquito a poco, nos
sumergimos en nuestro propio interior, buscando esa esencia que a menudo se nos
esconde, como queriendo pasar desapercibida ante el maremagno del ritmo diario.
Es
tiempo de saborear la otoñada, de admirar los cielos casi irreales que nos
traerá el viento sur, antes de dejar que la montaña se quede sola consigo
misma, y busquemos refugio en la calidez del hogar, desgranando leyendas de
nuestros mayores, junto al fuego.
Escapémonos
a la libertad de las cumbres, a sentir en nuestras venas la ancestral magia de
los bosques, a buscar siquiera, por unos efímeros segundos, nuestro yo más
profundo, al fin y al cabo somos naturaleza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario