Cada año, fieles a su cita en pleno invierno,
personajes ataviados con extraños y coloristas trajes, alteran la tranquilidad
de Ituren y Zubieta, dos pueblos enclavados en las orillas de la regata de
Ezkurra, en el valle del Bidasoa, el río mágico de los vascos. Son los
yoaldunak (literalmente, los que tienen cencerros), también conocidos como
zanpantzar, si bien éste nombre proviene de un personaje del carnaval medieval
francés llamado Saint Pansard, que llevan a cabo un milenario rito bajo la
atenta mirada del monte Mendaur y las montañas del macizo de Ekaitza.
El lunes después del último domingo de enero,
los yoaldunak de Zubieta visitan a sus vecinos de Ituren, al día siguiente
martes, éstos les devuelven la visita. Antiguamente, se celebraba un lunes y
martes sin determinar entre la Epifanía y el martes siguiente al domingo de
Quinquagésima, que acordaban los mozos reunidos el día de San Antón.
Tras almorzar, los yoaldunak de Zubieta, van
llegando a los bajos del “ostatu” (bar del pueblo), vestidos con una camisa
blanca, pantalones de mahón y abarkas de goma negra sobre calcetines de lana.
Comienza entonces un ritual que se cumple a rajatabla y se pierde en la noche
de los tiempos, primero se colocan una faja negra, después una enagua con
bordados, prenda que para muchos investigadores representa las fuerzas
femeninas tan presentes e importantes en los carnavales tradicionales vascos.
Luego se ponen una piel de oveja que les cubrirá la zona de la cintura, y sobre
ella, los protagonistas de la fiesta, los cencerros o polunpak de 40 cm. de
largo, 11 litros de capacidad y 6 kilos de peso cada uno, para colocárselos se
requiere la ayuda de otros dos yoaldunak, mientras uno sujeta los polunpak,
otro los ajusta tensando una cuerda, para lo que incluso tiene que apoyarse con
un pie en el propio pecho del que se está vistiendo. Mikel Laboa recogió una
leyenda en la que se cuenta como un herrero fundía los santos de las iglesias
para hacer los cencerros. Estos van pasando de generación en generación. Sólo
falta el ttuntturro, vistoso sombrero de tela multicolor con múltiples cintas,
encajes y rematado por plumas de aves, el hisopo compuesto por una cola de
caballo que cuelga de un asa hecha con cuero y que los yoaldunak llevan en la
mano derecha, y el pañuelo azul a cuadros en el cuello.
Tras vestirse van saliendo a la plaza sin
prisa, se colocan en 2 filas y al toque de cuerno, que lleva uno de los que va
en cabeza empiezan a caminar marcando el ritmo de los cencerros a golpe de espalda
y riñón, lanzando gritos de vez en cuando para mantener el compás, dan dos
vueltas a la plaza y se dirigen en dirección a Ituren, llegados al molino de
Zubieta, montan en carros y coches que les llevan hasta el barrio de Aurtitz,
fruto de los nuevos tiempos.
En éste barrio de Ituren se les juntan el
primer grupo de yoaldunak, su vestimenta es similar, sólo se diferencian en que
los de Ituren cubren con la piel de oveja también los hombros, visten camisas
de cuadros y pañuelo al cuello rojo. Juntos se dirigen hacía el barrio de
Lagasa donde se unen los restantes yoaldunak, en total 52, éste último grupo va
acompañado de un lobo y un oso que se abalanzan sobre los visitantes. Todos
entran en Ituren bajo el impresionante y estremecedor sonido de 104 cencerros.
Son muchas las teorías y estudios realizados
sobre los carnavales rurales, y especialmente sobre éste de Ituren y Zubieta,
tan sólo se encuentra algo parecido en zonas de los Balcanes, herederas de
culturas pastoriles. Una teoría conocida es la que afirma que la misión de éste
rito es la de despertar a la naturaleza, dormida en invierno, y propiciar su
fecundidad, para ello utilizan los cencerros, y el hisopo con el que acarician
la tierra siguiendo el ritmo al caminar. También pudieran tener un sentido de
protección contra los malos espíritus. Existen muchísimas otras teorías basadas
en ritos iniciáticos, en la costumbre de los pueblos de la zona de galopar por
los bosques con cencerros en la cintura para ahuyentar a las fieras, hasta
simples visitas de buena vecindad.
Lo cierto es que todo en éstos carnavales es
mágico, hay algo especial que se respira en el ambiente, los yoaldunak van sin
prisa, concentrados en su tarea, conscientes de realizar un rito ancestral
heredado directamente de sus antepasados.
La importancia que éste rito ha tenido
tradicionalmente para los pobladores de la montaña navarra, queda demostrada en
el hecho de que antiguamente, los yoaldunak no podían quitarse los cencerros en
los días que dura el carnaval, tenían que dormir boca abajo, y debido a la
presión que ejercían sobre el cuerpo sólo se podían alimentar de caldo.
Actualmente esto no sucede, sin embargo
cualquiera que se acerque a éstas localidades en su carnaval, podrá ver la
importancia que tienen ser yoaldun,
padres e hijos comparten ésta condición, como posiblemente lo hicieron sus
abuelos, y a juzgar por lo que allí se ve, lo harán sus nietos, al fin y al
cabo y como dicen allí, nadie quiere dejar de ser yoaldun.
Muchos elementos nos dan datos para múltiples
interpretaciones, la piel de oveja, las plumas, el hisopo, los cencerros tan
importantes en todo el ciclo invernal, las enaguas, el oso que despierta de su
letargo invernal considerado, a pesar de su fiereza como protector de las
aldeas y un animal directamente relacionado con la luna. Todo con un claro eje
central desde mi punto de vista, la relación directa con la naturaleza. Es un
rito que se pierde en lo más profundo de nuestra cultura, y que nunca
conseguiremos descifrar completamente, y tal vez sea mejor así, pues de ésta
manera seguirá manteniendo su magia.
...seguramente uno de los ritos más conocidos para los que no somos de esta tierra... algún día tendré que verlo en persona, gracias como siempre por acercarnos a la naturaleza y sus tradiciones...
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