SAN JUAN, LA MAGIA DEL SOLSTICIO
Cuando las montañas y los bosques de nuestra
tierra estallan en mil y una tonalidades de verdes, y nos ofrecen la posibilidad
de sumergirnos bajo el amparo de la sombra refrescante de sus árboles, es el
momento del sol. Tiene entonces lugar una de las principales celebraciones de
la antigua cultura de los vascos, el solsticio de verano. Cristianizado bajo la
advocación de San Juan Bautista, es un momento en el que se dan multitud de
ancestrales ritos, que hunden sus raíces en lo más profundo de nuestra
historia.
El sol siempre ha sido para las culturas
de base agrícola, una deidad de primer orden, desde tiempos neolíticos se
observa ésta importancia, los dólmenes, monumentos funerarios construidos desde
hace unos 3.800 a 4.500 años, que
pueblan nuestras montañas, se orientaban hacía el Este, en clara referencia
solar, también las iglesias románicas y las chabolas de los antiguos pastores ubicaban
su fachada mirando hacia Levante. En la ancestral cultura de los vascos, se ha
creído que el sol y la luna eran hijos de la tierra, el astro rey sale cada
mañana de las entrañas terrestres y al anochecer retorna a la misma en un lugar
que se denomina “los mares bermejos”.
Era costumbre en muchos pueblos de
nuestra geografía, realizar salutaciones tanto al sol como a luna cuando éstos
regresaban al seno de la madre tierra, un ejemplo lo encontramos en varios
pueblos gipuzkoanos, con la singularidad, en algunos casos como éste, de
referirse al sol en género femenino:
“Eguzki amandria
Juan
da bere amagana
Biar
etorriko da
Denpora
ona bada”
(La abuela
sol/ha ido hacia su madre/Vendrá mañana/si hace buen tiempo)
En la noche y en el posterior día de San
Juan, el astro rey es el protagonista, no en balde es la fecha del año en que
el sol brilla durante más tiempo y la noche, por tanto, es la más corta. Este
cambio en el ciclo de la naturaleza, no pasó desapercibido para los pueblos
agrícolas, acostumbrados a la observación del cielo para su propia
supervivencia, así mismo observaron los cambios naturales que se producen a
partir de ésta fecha, por lo cual se crearon una serie de ritos importantísimos
en torno al solsticio. Es un momento cargado de magia, un momento de mirar
hacía nuestros orígenes más ancestrales ocultos en algún rincón de nuestro ser.
Quizás uno de los elementos más
representativos en su fiesta, sea el fuego. Antiguamente cada caserío encendía
una hoguera, generalmente en un cruce de caminos, se giraba entonces en fila
alrededor de la hoguera teniendo la misma a la derecha, según nos cuenta el
sabio investigador de Ataun don Joxe Miguel de Barandiarán, ésta costumbre
tenía lugar, con variantes, en todo el ámbito indoeuropeo, con el fin de movilizar
la fuerza mágica necesaria para que el sol prosiga su curso. Aún hoy en día
tienen lugar éstas antiguas danzas alrededor del fuego en algunos pueblos de
nuestra geografía, si bien poco tienen que ver las motivaciones por lo que se llevan
a cabo, un poso ancestral se mantiene en lo más profundo del ser de los
habitantes de éstas aldeas, herederos de ésta maravillosa cultura milenaria, y
que poco a poco se va disipando entre las brumas de los nuevos tiempos si no lo
remediamos. Incluso los rescoldos de la hoguera eran elementos activos
beneficiosos, un ejemplo lo encontramos en la localidad navarra de Luzaide, donde
era costumbre arrojar las brasas del fuego de San Juan en dirección a las fincas
de cada familia. Conocida también es la costumbre de saltar sobre el fuego o
las brasas para obtener un efecto purificador, en muchos pueblos vascos se mientras se saltaba
se decía “sarna Fuera”.
También determinadas hierbas recogidas en
ésta noche y en la mañana siguiente, adquirían características especiales, en Urdiain,
por ejemplo las mujeres acudían a los trigales para conjurarlos a medianoche,
rito vinculado con la renovación de la naturaleza. Era costumbre utilizar ramas del espino blanco colocadas en las puertas,
en algunos lugares se hacía pasar a los animales de la casa bajo el mismo,
también se usaba la madera de éste árbol para realizar cruces que se colocaban
en las puertas de los caseríos. Muy utilizado era también el follaje de un
árbol sagrado como es el fresno como protector en las entradas de las casa.
Otra planta vinculada a la protección solar es el eguzkilore (flor del sol), un
cardo que se colocaba igualmente en las entradas como protección contra las
brujas. Otro ejemplo que nos habla de la importancia de las hierbas y flores en
ésta mágica fecha, era la costumbre que se daba en v arios lugares, según la
cual los mozos adornaban las casas de sus amadas con bellas flores, o la de
regalar un ramo a la misma, si era hermoso el amor era correspondido, sino
había calabazas.
El agua adquiere su importancia así mismo
en San Juan, era costumbre tomar baños de rocío matinales como protección. Una
hermosa costumbre vinculada con el agua en ésta mágica fecha, tiene lugar en el
precioso manantial de San Juan Zar, en la localidad navarra de Igantzi.
Oculto
entre un espectacular bosque de carpes, encontramos éste mágico lugar donde una
fuente de tres chorros de agua nace bajo
una cueva en la que se mezclan antiguas creencias paganas y cristianas, en
dicha cueva existe un altar donde se celebra misa en el día de San Juan, pero
hay además una misteriosa estatua con forma de Basajaun (señor de los bosques
en la mitología vasca) al que se le ponen flores y velas.
El agua que vierte la fuente situada bajo la misteriosa cueva, llega mediante un pequeño canal al cercano río, es costumbre caminar descalzos en el agua de éste canal para adquirir los efectos beneficiosos de la misma. Es costumbre además lavar con un paño mojado en el agua de la fuente, zonas de la piel afectadas por algún tipo de eccema, se deja el paño en unas zarzas junto a la fuente y el párroco se encargar de quemarlos, todo ello tras haber bebido tres tragos de agua del manantial uno de cada caño. Es un lugar en el que el viajero siente su fuerza y su magia, un lugar donde se mezclan lo cristiano con ritos que se pierden en el tiempo, y que la gente de los alrededores ha asumido con total normalidad, un rito y un entorno maravillosos para disfrutar sin prisa, con los ojos abiertos y la mente curiosa, escuchando el susurro de la tradición.
El agua que vierte la fuente situada bajo la misteriosa cueva, llega mediante un pequeño canal al cercano río, es costumbre caminar descalzos en el agua de éste canal para adquirir los efectos beneficiosos de la misma. Es costumbre además lavar con un paño mojado en el agua de la fuente, zonas de la piel afectadas por algún tipo de eccema, se deja el paño en unas zarzas junto a la fuente y el párroco se encargar de quemarlos, todo ello tras haber bebido tres tragos de agua del manantial uno de cada caño. Es un lugar en el que el viajero siente su fuerza y su magia, un lugar donde se mezclan lo cristiano con ritos que se pierden en el tiempo, y que la gente de los alrededores ha asumido con total normalidad, un rito y un entorno maravillosos para disfrutar sin prisa, con los ojos abiertos y la mente curiosa, escuchando el susurro de la tradición.
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